jueves, 18 de enero de 2018

Pioneros de la Guerra Química


Grupo de soldados equipados con máscaras antigás

Pioneros de la Guerra Química


Es una creencia extendida que el empleo de gases tóxicos con fines bélicos tiene su origen en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, está afirmación debe matizarse pues, por ejemplo, existen pruebas documentales del empleo de este tipo de arma en la antigua China en una época tan temprana como el primer milenio antes de Cristo. Así, en ciertos asedios se llegaron a quemar bolas confeccionadas con plantas ponzoñosas que se introducían en los refugios construidos por los defensores con el ánimo de asfixiarlos. En el Celeste Imperio se conocían cientos de recetas para producir humos ponzoñosos o de efectos irritantes, incluidas algunas que contenían arsénico. En Europa, a su vez, las primeras noticias nos llegan de la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), y nos hablan de cómo durante el asedio de una ciudad ateniense, los espartanos prendieron junto a las murallas una mezcla de madera, carbón y azufre con la esperanza de debilitar a los defensores.

Las pruebas arqueológicas más antiguas que se conservan de una intervención con gases tóxicos proceden de Siria, en concreto de Dura-Europos, una antigua ciudad que fue abandonada cuando en el año 256 de nuestra Era el Imperio sasánida se la arrebató a los romanos. Durante el asedio, los persas utilizaron en uno de los túneles una mezcla con contenido de azufre que provocó una nube tóxica en la que fallecieron veinte soldados (19 romanos y 1 sasánida, seguramente el que hizo arder la mezcla) en pocos minutos. Durante la Edad Media y la Edad Moderna hay referencias de la utilización de ciertas mezclas que al incendiarse desprendían gases que cegaban al enemigo, y ya en el siglo XVII se extendió la costumbre de lanzar en los asedios proyectiles incendiarios con sustancias como azufre, grasa, resinas o nitrato potásico con la intención de chinchar a los defensores tanto como fuese posible.

Sin embargo, los orígenes de la moderna guerra química hay que buscarlos a mediados del siglo XIX, cuando el desarrollo de la ciencia y de la industria dieron paso a las primeras propuestas que iban en serio. La persona que ostenta el dudoso honor de haber puesto la primera piedra en el ignominioso camino fue el escocés Lyon Playfair, científico y a la vez secretario del Departamento de Ciencia y Arte de su graciosa majestad, quien en 1854 sugirió el empleo de cianuro de cacodilo durante la Guerra de Crimea, con objeto de acabar con el sitio de Sebastopol. Su propuesta fue finalmente rechazada como inhumana, a lo que Playfair contestó, no sin cierta razón, que cual era la diferencia entre rellenar los proyectiles con gas ponzoñoso o con metal fundido. Nuevas propuestas avivaron el debate, hasta que la creciente preocupación por la posibilidad de emplear este tipo de armas desembocó en el acuerdo al que se llegó en la Conferencia de la Haya en 1899, en el que se prohibía equipar los proyectiles con cualquier tipo de gas asfixiante.

Pero como, digan lo que digan, los acuerdos están para incumplirlos, a pesar de la Declaración de la Haya sobre Gases Asfixiantes de 1899 y de su sucesora, la Convención de La Haya de 1907, las grandes potencias no renunciaron en absoluto a desarrollar gases ponzoñosos con fines militares, aunque fuese a la chita callando. Un esfuerzo que desembocó en la bien conocida utilización de cloro, fosgeno y gas mostaza a lo largo de la Primera Guerra Mundial.
¡Hasta pronto!
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

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