viernes, 3 de febrero de 2017

La información "imposible" de Los viajes de Gulliver


Gulliver descubre la isla voladora. Ilustración de J.J.Grandville
 
 

La información "imposible" de Los viajes de Gulliver



A consecuencia de los continuos avances de la astronomía, a mediados del siglo XVIII había mucha gente que creía en la posibilidad real de que existiese vida inteligente en otros lugares del Sistema Solar, y no nos referimos únicamente al gran público sino también a eminencias como Voltaire, Laplace o Kant. El mismísimo William Herschel, el célebre descubridor del planeta Urano, opinaba no solo que existían los selenitas sino que incluso el Sol debía estar habitado, siendo las manchas solares unas «ventanas» en la superficie del Astro Rey que podían permitirnos ver un interior desde donde los seres solares quizá también nos observasen a nosotros.

Es en este contexto en el que comenzaron a publicarse importantes obras de ficción como el Micromegas de Voltaire, en el que se nos cuenta como un gigante exiliado de un planeta que orbita la estrella Sirio y un habitante de Saturno llegan montados en un cometa hasta la Tierra, poniéndose a charlar sobre filosofía y ciencia con un pequeño grupo de sabios. Además, en su pequeño libro el gran escritor francés adjudica al planeta Marte dos satélites que nadie había visto nunca, aunque, en realidad, Voltaire no era el primero en imaginar que el planeta rojo dispusiese de esta compañía, pues ya un cuarto de siglo antes Jonathan Swift había hecho mención a lo mismo en su célebre novela, Los viajes de Gulliver. Lo más probable es, por tanto, que Voltaire simplemente adoptase la idea sugerida por el irlandés.

Ahora bien, como resulta que Fobos (del griego Φóβoς, «miedo») y Deimos (de Δείμος, «terror») son reales pero no serían descubiertos hasta 1877, muchos partidarios de que los extraterrestres nos visitan vienen advirtiendo desde hace décadas de que estamos ante la prueba incontestable de que Swift tuvo que recibir esta información de alguna fuente desconocida, quizá a partir de un contacto directo o bien de un documento perdido que narrase una auténtica visita alienígena a nuestro planeta. Como evidencia adicional, apuntan a que en la obra los habitantes de la isla imaginaria de Laputa proporcionan al protagonista información acerca de la distancia y el período orbital de ambos satélites con respecto al planeta, algo que, aseguran, Swift no habría sido capaz de inventar.

Sin embargo, un sencillo examen de los detalles proporcionados en Los viajes de Gulliver muestra que los aparentemente extraños datos en realidad carecen de precisión. Fobos está situado a 9.377 km de Marte y completa su órbita en 7 horas y 39 minutos, mientras que Deimos se encuentra a 23.459 km y tarda poco más de 30 horas y media. Sin embargo, en la novela se dice que el primero está a 20.000 km del planeta y tarda 10 horas en rodearlo y que el segundo se aleja hasta los 34.000 Km, tardando 21 horas. Por tanto, la disparidad es tan grande que no permite pensar en una información fidedigna, sino más bien en una extraordinaria intuición acompañada de unos datos ideados por el propio autor.

¿Cuál es, por tanto, la explicación del misterio? Sin duda, una bastante menos excitante que la del supuesto contacto alienígena. Como Venus no tiene satélites, la Tierra tiene uno, y en aquella época se pensaba que Júpiter tenía cuatro, Swift habría adjudicado dos a Marte para mantener la progresión. Esta conjetura estaba basada en algunas ideas de Kepler que partían de una teoría relacionada con los sólidos perfectos entroncada, a su vez, con la vieja idea pitagórica de la «música de las esferas». Por otra parte, y como no podían verse con el telescopio, el autor estimó correctamente que ambos satélites debían ser pequeños y encontrarse cerca del planeta, por lo que sus períodos orbitales serían cortos. Por el contrario, las distancias que indicó fueron totalmente especulativas, aunque a partir de ellas probablemente utilizase las ya conocidas leyes de Kepler para calcular el periodo de las órbitas.

Como suele suceder en estos casos, un simple análisis superficial de un pretendido enigma permite descartar de inmediato las hipótesis extravagantes, aunque siempre quedarán personas que sigan pensando que hay algo raro detrás de todo esto. En el caso que nos ocupa, y por extraño que pueda parecer, la imaginación de dos grandes escritores del Siglo de las Luces ha desembocado en pleno siglo XXI en una miríada de páginas en internet en donde se especula con la naturaleza de la misteriosa fuente que habría informado a Swift de los detalles de los satélites de Marte muchas décadas antes de que se descubriesen. Y es que, a fin de cuentas, ¿a quién le interesa una explicación prosaica si tal vez pueda existir otra sensacional?

¡Hasta pronto!

 

 
 

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