viernes, 13 de marzo de 2015

El alquimista de la Era Atómica

Relieve de la Catedral de Amiens con supuesta simbología alquímica
 

El alquimista de la Era Atómica

 
En 1926, el editor Jean Schemit recibía la visita de un enigmático individuo de corta estatura que le hablaba de la existencia de un misterioso lenguaje escondido en las catedrales góticas que él estaba dispuesto a revelar. Semanas más tarde, Eugène Canseliet, un joven escritor y alquimista, entregaba a Schemit un manuscrito supuestamente obra de un extraño personaje que respondía al seudónimo de Fulcanelli. Así, ese mismo año se publicaba en Paris El misterio de las catedrales, un libro que a pesar de una tirada inicial de tan solo 300 ejemplares produjo una impresión tan profunda en ciertos medios intelectuales franceses que terminó convirtiéndose en una de las obras ocultistas más famosas de todo el siglo XX. A este siguió, tres años más tarde, Las moradas filosofales, otra de las obras sobre alquimia más leídas de todos los tiempos.
 
En estos dos libros, Fulcanelli defiende con innegable maestría y una buena dosis de datos enigmáticos que el simbolismo de la alquimia juega un papel muy relevante en las esculturas y las vidrieras que adornan las enormes catedrales góticas que se extienden por toda Europa. Para sus seguidores, y muy principalmente para Canseliet, Fulcanelli sería un hombre elegante y culto que habría llegado a desentrañar los secretos de la materia hasta el punto de lograr auténticas transmutaciones y haberse convertido en poco menos que inmortal. Sin embargo, la fama de Fulcanelli no adquirió dimensión global hasta que Jacques Bergier, un ingeniero químico de origen ruso que fue también alquimista y espía y que había trabajado con el físico nuclear francés André Helbronner antes de la Segunda Guerra Mundial, desveló en El retorno de los brujos, el best-seller que escribió con Louis Pauwels en 1960, una supuesta conversación que habría tenido lugar con alguien que podría ser Fulcanelli en un laboratorio de la Sociedad del Gas, en Paris, en el transcurso de la cual, años antes del descubrimiento de la fisión nuclear, el misterioso alquimista habría intentado alertar a los investigadores franceses acerca de los peligros de manipular la energía del átomo, dando a entender que los alquimistas conocían el secreto desde hacía mucho tiempo.
 
La extraña conversación, que se produjo en ausencia de testigos y cuya veracidad no puede comprobarse, despertó el interés de muchos ocultistas a lo largo y ancho del planeta que intentaron seguir el rastro de este hombre que supuestamente habría desaparecido al final de la guerra para evitar que el gobierno norteamericano le interrogase acerca de sus conocimientos. En 2002 apareció una nueva obra firmada por el autor, siendo esta la última referencia que se tiene de él, aunque a todas luces se trata de una obra apócrifa.
 
Pero, ¿quién se escondía en realidad detrás del seudónimo de Fulcanelli? Se ha especulado con muchos nombres, empezando por el del propio Canseliet, pero las pruebas apuntan más bien hacia el pintor francés Julien Champagne, otro ocultista a quien Canseliet admiraba profundamente y que no era otro que el misterioso visitante que fue a ver al editor en 1926. Resulta que la caligrafía de algunos fragmentos atribuidos a Fulcanelli es prácticamente idéntica a la de Champagne y además existen otras pistas en las obras del legendario alquimista que apuntan hacia la autoría del pintor. Champagne y Canseliet, que junto a otros formaban la “Fraternidad de Heliópolis”, habrían construido el mito de Fulcanelli por vanidad y quizás para granjearse un prestigio dentro de los ambientes esotéricos que proliferaban en la Francia de entreguerras.
 
En cuanto a El misterio de las catedrales y Las moradas filosofales, se sospecha que son probablemente obras inspiradas en los escritos de los eruditos y ocultistas franceses Pierre Dujols y René Adolphe Schwaller de Lubicz, de quienes el pintor habría obtenido las ideas y los datos necesarios para completar ambos libros. En cualquier caso, Champagne murió en 1932 llevándose a la tumba el secreto de quien era Fulcanelli, y nosotros nunca sabremos la verdad acerca de la célebre conversación de Bergier en aquel laboratorio de la Sociedad del Gas en Paris, aunque seguimos estando razonablemente seguros de que los alquimistas nunca llegaron a sospechar los auténticos secretos que se esconden en el corazón de la materia.
 
¡Hasta pronto!

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