jueves, 27 de febrero de 2014

Hans Hörbiger con su barba característica
 

El profeta del fuego y el hielo


Además de un buen ingeniero, el austríaco Hans Hörbiger fue un curioso pseudocientífico mesiánico que opinaba que “la ciencia objetiva es un invento pernicioso” o que “las matemáticas son una mentira sin ningún valor”. Luciendo una inmensa barba blanca que le daba el aspecto de un profeta furioso, en la década de los 20 del siglo pasado desató una auténtica yihad para defender su  extravagante “cosmogonía glacial”, una rara mezcla de ciencia y misticismo que, en una época donde la cosmología no estaba plenamente desarrollada, consiguió atraer la atención de millones de personas, incluyendo a lo más granado del movimiento nazi.
Al ser consecuencia de supuestas “visiones” y no de experimentos rigurosos,  la teoría de Hörbiger era un compendio de disparates. Según ella, el hielo es la sustancia básica responsable de todos los procesos del universo, encontrándose en lucha perpetua con el fuego. Esta lucha regiría no solo la física, sino también la vida y la historia de la humanidad. En el espacio, enormes bloques de hielo forman lo que llamamos Vía Láctea. El sistema solar se formó cuando uno de estos gigantescos bloques chocó contra nuestra estrella. La Luna es un bloque de hielo y nuestro planeta ha tenido antes otros satélites del mismo material, todos los cuales se han terminado estrellando contra él, dando lugar a catástrofes como el fin de la Atlántida y el Diluvio universal. Los movimientos de estos astros de hielo provocan mutaciones y nuevas razas, unas superiores y otras “inferiores” que se disputan la supremacía.
Por extraño que pueda parecer, muchos de los principales miembros del incipiente partido nazi abrazaron esta extravagante doctrina con entusiasmo, en parte porque concordaba con sus postulados racistas y en parte porque proporcionaba una alternativa a las teorías de lo que ellos consideraban como “ciencia judeo-liberal”. Hombres como Houston S. Chamberlain, que tuvo una enorme influencia sobre Alfred Rosenberg, Adolf Hitler y otros ideólogos tempranos del nazismo, la apoyaban con entusiasmo. Está documentado que Hitler sentía por Hörbiger una especie de veneración, y que muchos de los jerarcas nazis se referían a él abiertamente como “el Copérnico  del siglo XX”.
Contando con el respaldo de sus peligrosos amigos, el barbado profeta se embarcó en una política muy agresiva hacia la ciencia oficial. A los panfletos, libros y conferencias se unieron presiones y amenazas a los científicos ortodoxos, que se intensificaron después de la muerte de Hörbiger en 1931. Himmler, el jefe de las SS cuyo pensamiento estaba plagado de ocultismo, promocionó la doctrina del hielo de muy buen grado, y existen pruebas documentales de que la Oficina del Reich para el Servicio Meteorológico la utilizó sin reservas. En el colmo del desvarío, en pleno siglo XX y en un país desarrollado que supuestamente disfrutaba de una ciencia de vanguardia, los responsables de la sección de meteorología de la Ahnenerbe (*) opinaban que la “cosmogonía glacial” podía emplearse para hacer predicciones meteorológicas de largo alcance. De hecho, algunos estudiosos heterodoxos creen que cuando las tropas alemanas invadieron la URSS, la razón por la que no llevaban ropa de abrigo adecuada tenía que ver no solo con la confianza del Führer en que se alcanzaría una rápida victoria durante el verano sino también con la convicción, por parte de los jerarcas nazis, de que, llegado el caso, el invierno de 1941 sería muy suave, en línea con las predicciones Hörbigerianas. Por desgracia para ellos, ese invierno resultó ser uno de los más fríos que se habían registrado nunca en Rusia, por lo que, sea cual fuese el motivo de la negligencia, la falta de ropa de abrigo adecuada contribuyó en gran medida a una grave derrota de la Wehrmacht.
Aunque parezca increíble, las extrañas ideas de Hörbiger siguieron fascinando al mundo mucho después de terminar la Segunda Guerra Mundial. A raíz de una famosa encuesta llevada a cabo en 1953, el gran divulgador norteamericano Martin Gardner calculó que en esa fecha aún había más de un millón de discípulos del profeta austríaco en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. Con el paso del tiempo, esa cifra se ha reducido hasta un nivel residual, de modo que, afortunadamente, hoy en día la “cosmogonía glacial” no es más que otro recuerdo de una época en la que unos psicópatas iluminados hicieron dormir la razón y abrieron las puertas del infierno.

(*) Creada para el estudio de la historia de la raza aria, esta institución pseudocientífica adscrita a la Orden Negra se dedicaba a extravagantes actividades a lo largo del planeta. En una ocasión, se llegó a planificar una expedición a Bolivia para examinar ruinas que los estudiosos nazis atribuían a una raza de emigrantes nórdicos con millones de años de antigüedad…

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